En la conferencia matutina de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, la titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Alicia Bárcena Ibarra, presentó el Plan Nacional Hídrico, una estrategia que, según sus palabras, busca priorizar el agua como derecho humano, dejando atrás las políticas extractivistas y privatizadoras de administraciones pasadas.
“Lo que este plan pretende y sin duda logrará es privilegiar el agua para consumo humano, frente a usos intensivos con otros fines. Además, buscamos un manejo tecnificado y sostenible, con un enfoque en la recarga natural de los acuíferos”, señaló Bárcena.
El plan contempla acciones de gran calado, como el saneamiento de los ríos Lerma-Santiago, Atoyac y Tula, que, según la funcionaria, serán proyectos emblemáticos en este sexenio.
"No solo estamos hablando de preservar un recurso crítico, sino de hacerlo a través de una colaboración estrecha entre el sector privado, social y productivo. Este esfuerzo conjunto apunta a un desarrollo sustentable donde el ahorro de agua sea clave para preservar nuestra riqueza natural", subrayó.
Además, el secretario de Agricultura, Julio Berdegué Sacristán, destacó que el Plan Hídrico va más allá de garantizar el agua como recurso, pues también busca revolucionar la producción agropecuaria del país.
“La tecnificación del riego en miles de hectáreas permitirá incrementar la productividad agrícola en un 50%, lo que fortalecerá nuestra soberanía alimentaria”, afirmó. Para lograrlo, el plan se implementará junto con otros programas como "Cosechando Soberanía", que promueve el uso eficiente del agua y su aprovechamiento en cultivos clave para el país.
El Plan Nacional Hídrico se presenta como un modelo integral, enfocado no solo en la conservación y acceso equitativo al agua, sino también en impulsar el desarrollo económico a través de una gestión sostenible del recurso. Sin embargo, estos ambiciosos objetivos plantean desafíos importantes.
¿Qué pensamos en #PlanetaB?
Este plan tiene el potencial de convertirse en un punto de inflexión en la gestión hídrica de México, pero su éxito dependerá de varios factores. La colaboración entre sectores —privado, social y gubernamental— será esencial para garantizar que los recursos se manejen con transparencia y que los beneficios lleguen a las comunidades más necesitadas.
Además, la historia reciente nos recuerda que muchos planes hídricos se han quedado en buenas intenciones, atrapados entre burocracia y conflictos de interés. Será crucial establecer mecanismos de monitoreo claros para evitar que las acciones se diluyan en promesas.
Otro desafío importante será el enfoque territorial. Aunque el plan menciona proyectos específicos como el saneamiento de los ríos Lerma-Santiago, Atoyac y Tula, no está claro cómo se abordarán las diferencias regionales en disponibilidad, calidad y demanda del agua.
Aunque la tecnificación agrícola promete incrementar la productividad, es indispensable evitar que este beneficio se concentre solo en grandes productores, dejando fuera a pequeños agricultores y comunidades rurales que enfrentan problemas históricos de acceso al agua.
El Plan Nacional Hídrico es, sin duda, una propuesta ambiciosa que aborda dos de los problemas más apremiantes del país: el acceso al agua y la producción de alimentos.
Pero convertirlo en un cambio real requerirá voluntad política, una ejecución impecable y un enfoque equitativo que realmente ponga a las personas y al medio ambiente al centro de las decisiones. ¿Estamos ante una verdadera revolución hídrica o simplemente ante un nuevo intento de solución que podría quedar atrapado en la inercia del pasado? Solo el tiempo lo dirá.
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